Todos los que hemos emprendido un negocio nos hemos topado más temprano que tarde con obstáculos que frenan o de plano detienen nuestro avance, existen legiones de personas que pueden dar fe de ello. Si lo analizamos detenidamente, el tener un problema es algo que podemos esperar, es parte del proceso natural de hacer algo nuevo para nosotros, en muchas ocasiones es probable que aquellos obstáculos deriven en un fracaso en aquello que estamos intentando.
Si bien puede existir una connotación negativa, el fracaso si lo usamos de la forma adecuada, puede ser la herramienta de aprendizaje más importante que puede tener un emprendedor, fundamentalmente porque le enseña aquellas cosas que no se deben hacer, no se trata de algo deseable, es cierto, pero si de algo que puede resultar de gran beneficio si se proyecta a futuro.
Al presentarse un fracaso, una vez pasado el inevitable golpe emocional, es necesario tomar una actitud de investigador forense. Con esto quiero decir, analizar con detalle y sin apasionamientos aquello que no funcionó y cual debió ser el curso de acción que lo hubiera evitado. Un error común que se comete cuando se hace un análisis de este tipo es el de tratar de justificar aquellas cosas que se hicieron de forma inadecuada tratando de sentirnos mejor con nosotros mismos, esto es lo peor que se puede hacer porque bloquea el aprendizaje y si algo hay rescatable en medio de un fracaso es precisamente el conocimiento.
Es de esperarse que un emprendimiento sea precedido de una preparación exhaustiva, la realidad nos dice que es difícil prever todos los posibles escenarios y si bien se puede ser experto en aquello que se hace, existen otras áreas de experiencia que deben ser conocidas o bien tratadas por expertos para poder ser exitosos. El hecho de ser un gran cocinero no lo convierte a uno en un administrador de restaurante de forma automática. Aunque en honor a la verdad, si bien una mayor preparación no garantiza el éxito, contribuye a aumentar las posibilidades alcanzarlo.
A lo largo de la historia existen muchas anécdotas de personas y empresas muy exitosas que fracasaron en uno, varios o muchos de sus intentos por alcanzar el éxito, Edison, Gates, Jobs por nombrar algunos, son personas que reconocemos como triunfadores pero que en algún momento de su vida simplemente cometieron errores y tuvieron que ingeniárselas para aprender de ellos.
Resulta claro que a la gente no le gusta hablar de sus fracasos, pero es casi imposible acallar el diálogo interno que nos motiva a pensar dos veces las cosas y aplicar la famosa regla del carpintero que dice “mide dos veces, corta una”. La experiencia adquirida a fuerza de una experiencia que si bien no podrá catalogarse en su totalidad de positiva al menos no se debe considerar totalmente negativa y reforzará el proceso de pensamiento de aquellos que lo experimentan y les permitirá estar más preparados a futuro.
Uno de mis héroes personales es Harold “Doc” Edgerton, el perfeccionador de la lámpara estroboscópica muy usada en los flashes, este personaje tenía una pasión casi morbosa por el fracaso, precisamente por el conocimiento que se puede derivar del mismo. Sus colaboradores recuerdan sus clásicas sonrisas al saber que algo se aprendería de aquello y tras conocer su historia me di a la tarea de acuñar lo que llamo El Principio de Edgerton que dice “Cuando las cosas salen mal, significa que vas a aprender algo” si somos capaces de aplicar este principio en nuestras vidas, en nuestros trabajos, en nuestros emprendimientos, podremos tener acceso a una cantidad enorme de recursos, recursos que no estarán disponibles de ninguna otra forma.
Hay muchas herramientas de aprendizaje a nuestra disposición, algunas, las más, son a través de la observación y el aprendizaje sistemático, pero otras, las menos, vendrán de fuentes que ni siquiera son cuantificables, de la propia experiencia que nos da el hacer las cosas mal una o más veces para alcanzar el conocimiento y la experiencia necesarios para hacerlas bien.
No tener miedo a fracasar es a final del día, no tenerle miedo al éxito y esto, por si mismo, es una gran ganancia independientemente del precio, muy alto, que a veces tiene uno que pagar por adquirirlo. Si nos aplicamos, podemos convertir esa piedra de tropiezo, en un escalón que nos lleve más alto.